¡VEN, QUE SE NOS SECA EL CORAZÓN!
¡Ven, que se nos seca el corazón!
Casi cegados en estos tiempos cínicos de hienas.
¡Ven ya, Señor y ábrenos los ojos para
ver tu poder santificador entre nosotros!
Resentidos y hastiados merodeamos ansiosos
por estos tiempos tan inhóspitos, tan ruidosos, tan feos.
¡Ven ya, Señor y oriéntanos hacia tu amor sobre todo amor.
Muchas veces solo somos capaces de ver
sombras como si fueran los preludios del fin de los tiempos.
Hay tanta codicia. Hay tanta mentira. Hay tanta herida… impune.
¡Ven ya y restáuranos!
Tenemos ese hambre de siglos y siglos de sufrimientos evitables.
Hambre de paz. Hambre de comunión. Hambre de belleza.
Un hambre como solo puede ser el hambre de los seres humanos
que saben que no basta ser solo seres humanos,
que no es posible que solo seamos seres humanos.
¡Ven ya y aliméntanos!
¡Ven ya, Señor!
¡Ven ya, Señor!
Sé nuestra alegría auténtica.
Sé nuestro consuelo auténtico.
Sé nuestra paz serena.
Sé nuestro alimento.
Sé nuestro abrazo.
Sé nuestro silencio primero y último.
¡Ven ya, Señor!
Colma nuestra hambre de vida, de amor, de autenticidad.
Hambre de ti.
Hambre de santidad y justicia.
Hambre de Dios.
Sé que no puede ser de otra manera, que serás el Dios con nosotros ahora y siempre…
Sé que hablaron los profetas.
Sé que los santos lo proclaman con sus vidas.
Sé que los místicos callan, asombrados, ante tu fascinante susurro que hace música de una caña rota.
¡Ven amor sobre todo amor!
¡Ven vida sobre toda vida!
¡Ven comunión sobre toda comunión!
¡Ven, que se nos seca el corazón!