HUMILDAD
Humildad
Señor, nos cuesta la humildad.
Nos creemos mejores que esos que no van al templo.
Aléjanos de la soberbia, Tú, el Cordero de Dios.
Señor, no somos muy buenos en afabilidad.
Nos tomamos tu (nuestra) exigencia muy en serio.
Aléjanos de la dureza de corazón, Tú, la ternura de Dios.
Señor, no entendemos muy bien eso del altruismo.
No aparece ni en la liturgia ni en el Catecismo.
Ni en el compendio de la Doctrina social de la Iglesia.
Aléjanos de los doctrinarismos, Tú, el gesto de amor fascinante de Dios.
Señor, tantas y tantas veces nos da miedo la pobreza.
Nos es muy difícil la cercanía a esas realidades.
Aléjanos del rechazo a la pobreza, Tú, el siervo de los tirados en los barrancos de la vida.
Señor, no alcanzamos a relacionarnos sin desinterés.
Los pequeños egoísmos de nuestros pequeños egos nos vencen.
Aléjanos de las pequeñas mezquindades tan demasiado humanas, Tú, la santidad más humana.
Señor, lo gratuito nos resulta muy difícil.
Reflejamos demasiado los valores dinerocentristas de nuestra cultura.
Aléjanos del narcisismo rampante que nos intoxica, Tú, la verdad de la comunión de toda la realidad.
Señor, no sabemos ser mansos y humildes de palabra y de corazón.
La lucha por salirnos con la nuestra muchas veces nos vence y nos arrastra.
Aléjanos de la pulsión de predominar, Tú, la mansedumbre santa y justa.
Señor, la pobreza de espíritu.
Señor, la sencillez.
Señor, la simplicidad.
Señor, haznos ver y comprender que
la pobreza de espíritu,
la sencillez,
la simplicidad son fuente de riqueza,
de esa riqueza santa y fascinante
que nunca se acaba,
como tu presencia
compasiva y misericordiosa.