Vivimos inquietos y nerviosos.
Tantas veces agobiados por el rendimiento.
Tantas veces sin tiempo.
Tantas veces arrastrados por los plazos,
presionados por los objetivos,
agobiados por querer controlar lo que nos pasa,
por quedar bien,
por no perdernos nada.
Vivimos inquietos y nerviosos.
Todo pasa muy deprisa.
Todo lo queremos muy deprisa.
Todo tiene que estar perfecto.
La mentalidad Amazon nos devora.
Vivimos inquietos y nerviosos.
El pasado no acaba de irse
y nos laceran latigazos
de culpabilidad,
de resentimiento
de fracaso:
las heridas abiertas
de lo que pudo ser y no es.
Vivimos inquietos y nerviosos.
El presente nos abruma,
nos desborda,
nos da miedo.
El cinismo social,
el individualismo narcisista,
la codicia insaciable:
lacras de corazones duros
que niegan la belleza real de la vida
con sus sádicos flagelos.
Hay demasiado sufrimiento humano evitable.
Hay demasiadas locuras políticas evitables.
Hay demasiada frustración humana evitable.
Vivimos inquietos y nerviosos.
El futuro nos asusta.
Como olas malignas
vemos crisis y crisis que ya empiezan a golpearnos.
Los dinamismos económicos son insostenibles.
Las dinámicas sociales son insostenibles.
Nuestra relación con la Madre Tierra es insostenible.
No vemos caminos para la paz.
No vemos destellos de justicia real.
No vemos convivencia basada en la confianza.
Vivimos inquietos y nerviosos.
¿Dónde encontrar fundamento a lo mejor de nuestra humanidad?
¿ Dónde encontrar referentes para nuestro crecimiento personal y espiritual?
¿Dónde encontrar maestros que alimenten nuestra sed de plenitud,
nuestra sed de belleza,
nuestra sed de comunión?
Señor,
nuestro pasado en tu corazón.
Señor, el presente, en tu corazón.
Señor, el futuro en tu corazón
Contigo, Señor.
Contigo, el hoy de Dios.
Contigo, en tu presencia,
el amor sobre todo amor.